Por: Jaqueline Carrera
Al hablar de moda simplemente podemos inclinarnos en la postura de “lo que es correcto y lo que no”, como si esto realmente nos dijera algo o nos ayudara a comprender todo lo que hay detrás.
Porque más allá de una aceptación, las propuestas ligadas a esta industria siempre nos han hablado de una adaptación. Esto debido a que el contexto temporal o social en el que nos encontramos nos ha llevado a implementar lo que resulta más adecuado conforme a la situación en la que nos encontramos.
Ya que, a través de las décadas nos podríamos topar con factores protocolarios que tanto para hombres, como para mujeres reflejaban grandes limitantes para el guardarropa.
Así la tendencia “Unisex” que si bien, ya se ha venido abriendo paso desde hace unos años, ahora es cuando más tangible y accesible se ha vuelto. Esto debido a la apertura de la industria del diseño que en mancuerna con el consumidor se han encargado de ponerla en marcha y hasta atrevernos a decir que llego para quedarse.
Y es que, entre tanto revuelo, podemos tranquilamente suponer que esta propuesta va especialmente dirigida a un mercado que engloba a la comunidad LGBTIQ+, aunque lo que debemos analizar, es que es mucho más profundo que solo una minoría.
Se trata de la forma en la que actualmente se maneja cada persona, en la que sin más reproches se pretende comunicar a través de lo que usamos y al mismo tiempo estar en balance con lo que sentimos.
Sin mucho esfuerzo, podemos recordar a distintos grupos de personas armónicamente vestidos de una forma tan particular en la que podías determinar sus gustos, preferencias y hasta delimitar sus pensamientos, sin la más mínima necesidad de entablar una conversación para saber si era aceptado dentro de los parámetros o eliminado del sistema.
En consecuencia, una sociedad llena de uniformes, con sus muy presentables uniformados. Y es sencillo expresarlo, porque aun con esta evolución de ideas y cuando ya llegamos a ver como algo más común a un hombre con tacones y falda, sigue siendo un tema a debate en el que si no se camina con cuidado, cualquiera podría caerse.
Conforme a esto, podemos aterrizar que este anhelo de igualdad de indumentaria que cada vez adopta más visibilidad, aun se ve en el espejo de una microtendencia, puesto que su adecuación se puede ver mayor o menormente aceptada según el país que lo delimite. Esta reacción encarnada en costumbres, normas sociales e incluso contextos políticos.
Por su parte, es posible apreciar la luz al final del camino en ciertas zonas de América y Europa, donde su aceptación ha sido más prominente y la forma de comercializarlo más rentable.
Aun cuando la idea de convertirse en una macrotendencia parezca lejana, podemos considerar que su camino para ser valorada en esta medida no ha sido corto, porque precede desde décadas pasadas como lo fueron los 60’s y los 80’s en los que artistas liberales y de pensamiento radical, se atrevieron a confrontar las reglas del vestir, para demostrar su individualidad.
Como tal presentando su fuerza a través del liberalismo del pensamiento y el cuerpo que no hiso más que generar confrontaciones sociales.
Hoy en día podemos ver cómo sin demasiado escándalo, más allá de la novedad, estas elecciones son más normalizadas en dicho gremio. Y como reflexivamente van siendo adoptadas por adeptos emergentes de distintos grupos, sin necesariamente tener que comprender mucho en común.
Quizá aún no nos encontramos en la comodidad de que este pueda recaer en un factor de formalidad, confirme a sus adecuaciones o un hecho que sin mucho riesgo pueda simplemente pasar desapercibido, por las situaciones de riesgo a las que aún puede llegar a enfrentarse quien opte por dicha tendencia.
Que si lo pensamos cuidadosamente, podríamos cuestionarnos a qué medida llega a ser una valoración equitativa e incluso podríamos concluir en que hasta llega a conformar una de las escasas situaciones en la que el sexo femenino, no se ve tan afectado en base al suceso.
Sino todo lo contrario (en su mayoría). Comprendiéndolo de otro modo y sin pretender claudicar en el pensamiento, podemos analizar fácilmente cómo las mujeres pueden vestir significativamente similar a como lo hace un hombre y no obtener más reproche, que claro que anteriormente tuvieron su propia batalla para lograr que esto, por cuestiones de practicidad y necesidad económica tuviera que ser aceptado sin mayor reproche.
Y aun cuando podemos irnos más atrás y recordar para quienes fueron originalmente diseñadas aquellas prendas, tan opulentas y delicadas; esos tacones, que en compañía del maquillaje y sus joyas, sin duda nos harían tartamudear al tratar de definir la masculinidad.
Teniendo como antecedente estos hechos, es hipócrita sostenernos de la desaprobación cuando situaciones sociales tan simples como la religión siguen vigentes al tener un nacimiento que evolucionó a la par de la vestimenta.
Creer que una persona es menos seria por buscar comodidad en prendas que ofrezcan más alternativa o que su conducta se pueda ver severamente afectada por algunos estampados coloridos.
Resulta crítico e incluso absurdo seguir deteniendo este cambio que no es más que la decisión de quien lo aplica. Nos sentimos muy cómodos hablando de respeto, igualdad y demás valores que ni siquiera concluyen nada cuando atacamos a cualquiera que difiera ante nuestra mirada. Una incongruencia mental que no radica más que en nuestras limitantes.
Así que sin más, no es algo que como mandamiento tenga que adoptarse como una nueva practica para cerrar ciclos o cualquiera de esas inútiles banalidades. No, sino como una evacuación de distinciones en la normas ya prestablecidas. Su impacto se está consolidando de manera paulatina y en esencia tendrá un lugar asegurado.
¡Qué sería del mundo sin #ellas!