Es obsceno pensar cómo día con día mantenemos el equilibrio de una rutina que de manera puntual o desorganizada nos hemos creado. Sugerir que todos y cada uno complementan esta misma en un figurativo estado de individualismo en el que creemos estar, porque si bien nos es permitido, creemos ser dueños de cada una de nuestras elecciones a lo largo del día.
Sumadas al tiempo que le damos a nuestro descanso, lo que desayunamos, a qué temperatura estará el agua con la que nos bañamos y aparentemente lo que vestiremos. Una enorme mentira para la gran mayoría. Conforme a ello, es fácil encontrarnos en un ambiente en el que todos hablamos de moda, de complementos, lo que nos gusta o nos disgusta, sin siquiera darnos cuenta de que todos a nuestro alrededor lucen exactamente igual que el resto.
La pregunta, claramente sugiere el si realmente vestimos como queremos o si tan sólo es lo que a menor escala nos ha impactado a partir de lo que vemos.
La moda sin duda puede hablarnos de lo que es relevante en este momento, de lo que será impactante y aceptado. ¿Pero acaso no deberíamos optar en ella por sus diferencias y dejar de ver lo extraordinario como algo lejano? Aquí y justo aquí, es cuando valorizamos el poco poder que muchos se llegan a conceder conforme a aquello que eligen.
Porque entre tanto, podemos encontrar las mil y un razones para justificar tal limitante, en las cuales nos tropezaremos amargamente con la inseguridad, la economía, el acoso, la represión y de manera obsesiva con el escaso valor que debemos tener para decir “esto es lo que quiere usar hoy, porque yo sé quién soy”.
No obstante nos respaldamos en cada una de estos muros que nos impiden vernos diferentes y mostrarnos tal cual queremos. Porque más allá de lo que digamos y lo que hagamos, la ropa, los accesorios y la manera tan libre en la que podemos llegar a portarlos, serán la fuente que justamente nos mostrara una gran diferencia.
Y es que ya no se trata de una disputa que distinga entre la posición de uno y otro, sino de cómo queremos reflejarnos, si en una comodidad que no entregue más que el mínimo de nosotros o en la autenticidad de lo que realmente fue nuestra elección.
Si retrocediéramos un par de siglos e incluso décadas, podríamos encontrar la causa y el efecto de ser doblegados a las decisiones de vestimenta de instituciones con tanto poder a su cargo que sin permitirnos ni un solo parpadeo ya nos habrían dicho el qué, sin aclararnos ni un poco del porqué.
Hoy, teniendo en nuestro poder tantas voces con nosotros mismos, tantos medios y tanta apertura, decidimos continuar escuchando lo que es correcto para otra especie de autoridad crítica que no expande ni por un segundo el horizonte que alberga el enorme mundo que somos cada uno de manera personal.
Y por supuesto que no hay una verdad en decir que eso este mal, claro está la absoluta intensión detrás. Más sólo se muestra la superficie de lo que mínimamente a través de una imagen se puede lograr.
Existirán manuales, protocolos y los impactantes logros que han obtenido los grandes íconos que sin lugar a dudas nos han inspirado de maneras radioactivas para darle una continuidad sin fin a esta pasarela eterna llamada “la industria de la moda”. Pero sin más que decir, estos ya tuvieron su lugar y su muy merecido tiempo.
Por lo que sería justo dar camino a la tan esperada nueva era, en la que las diferencias no sean más un defecto, sino una muy romántica elección. Una elección que sin pensarlo nos traiga una nueva experiencia en arte, cultura e innovación.
–Jacqueline Carrera | Asesora de imagen
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